Dándolo todo (siempre)
El antes, durante y después de una de las llegadas más esperadas de mi vida. Una reflexión sobre ver lo que esperamos de los momentos y de nosotras mismas con lentes de aceptación y amabilidad.
El parto
Así llegaba al mundo mi segundo hijo:
Viernes 06 de junio.
00:00. Me fui a dormir, tranquila, como si nada fuese a cambiar.
01:00. Me desperté con llantos de mi hijo mayor que mi marido estaba intentando calmar sin éxito. Entendí que pedía por mamá, así que me levanté y fui a ayudarlo a volver a dormir. Al ratito estaba acostada en su cama junto a él dormido y apareció la primera contracción con dolor, o al menos la primera que mi cabeza logró identificar como el principio de algo importante. Cuando me aseguré de que ya estaba bien dormido, volví a nuestra cama y le avisé a mi marido algo así como “ahora sí se viene”.
“Se viene”, no ya. Mis palabras hablaban a futuro. Cuando arrancara el día. No sé.
Esa sensación empezó a repetirse, ya molestaba un poco y yo inquieta me levantaba a tomar agua, ir al baño…
Cuando me volví a la cama decidí activar el chat con las parteras (mi idea siempre había sido hacer un trabajo de parto en casa acompañada por ellas):
02:39 - “Hola chicas! Perdón la hora pero me parece que ahora sí estoy arrancando con contracciones con dolor, voy a tratar de dormir algo porque ni pude descansar todavía. Cualquier cosa nos vamos reportando”.
Mi cabeza estaba tranquila, me había preparado bien. Pasaron algunos segundos y me di cuenta de que ya eran contracciones que no me iban a dejar dormir, las iba a pasar peor acostada en la cama, era ahora de activar alguno de los recursos que tenía.
Me paré.
02:41 - “Rompí bolsa.”
Yo seguía mentalmente con la situación bajo control. Mi primer parto también había arrancado con una bolsa rota (esa vez sin estar en trabajo de parto, acá la diferencia que después entendí). Sabía que había un margen de horas para ir al hospital, no tenía por qué salir corriendo como aquella vez. Me metí en la ducha y le dije a mi marido “te voy avisando, arrancá a contar”.
A partir de ahí yo pasé a otra sintonía y fue él quien tomó la posta en el grupo con las parteras:
03:02 - “Estamos con contracciones cada cinco minutos, algo largas, de como un minuto.”
Llamó a mi mamá, que se iba a quedar en casa con nuestro hijo mayor. Me acuerdo que me dio pena despertarla a las tres de la mañana, quería aguantar a un poco más cerca de las cinco que es el horario en el que ella se despierta normalmente. Por suerte se me fue rápido de la cabeza la idea de no molestar a mi mamá, que posiblemente sea la primera persona a la que seguro no le molesta que la llame su propia hija en trabajo de parto a las tres de la mañana.
03:19 - “Estamos teniendo 2-3 cada cinco minutos. Largas.”
En esa casi media hora hice todo lo que a mi cerebro se le ocurrió: movimiento en la pelota de pilates (ok, sirve un ratito), respiración (“¡respirá conmigo, no cuentes!”), vocalización (lo que más me sirvió hasta el final fue animarme a sacar para afuera la intensidad), apretar un peine (¿a quién se le ocurrió que esto servía?), aromaterapia, homeopatía (“tomar 5 glóbulos cada 10 minutos” decía el frasco, con suerte lo hice los primeros 20 minutos), pensar en afirmaciones que ya había preparado (la única que pude retener: “puedo aguantar cualquier cosa por 60 segundos”), mi marido que me quiso sostener y le rugí con un “¡¡no me toques, tengo calor!!”
03:48 - “Estamos saliendo, ya está la mamá de Emi acá”.
03:50 - “Si en el camino llegara a sentir por alguna de esas cosas que sale algo paran el auto, voy atrás de ustedes” - la respuesta de nuestra partera ponía en evidencia que las chances de no llegar al parecer eran reales.
En el auto, con música de relajación al mango y vocalizando (¿o gritando?), le iba indicando a mi marido si venía algo en los cruces. Luz roja. “No viene nada, dale, daleee”. Me acuerdo de ir viendo los cruces con calles importantes y pensando “falta menos”. Por suerte se le ocurrió nacer a esas horas incómodas de la madrugada, sino ya me veía en los titulares: “Señora parió en el auto en Avenida Italia y Comercio”.
Llegamos. Medio a las corridas me metieron en el consultorio de ginecología de emergencia, enseguida llega la ginecóloga de guardia para decirme “estás con completa” (menos mal).
La enfermera me sienta en la silla de ruedas y se dirige a esperar un ascensor al mismo tiempo que me pide “no pujes”. En mi cabeza y creo que con mi cara le debo haber dicho “¡¿cómo hago?!”.
04:21 - “Bloc de parto” - le avisa mi marido a nuestra partera que llegó milagrosamente unos minutos después.
Ahí, con todo listo, el cuerpo me dio una pausa. Unos minutos de tranquilidad, de poder respirar, de prepararse para el final de ese momento y del principio de lo que estaba por venir.
04:48 es la hora que anotaron los médicos como la hora del nacimiento.
Sin tiempo para procesar mucho nada, en dos o tres horas teníamos a nuestro bebé con nosotros. Esa sensación perfecta de alivio, de calma después del huracán, al sentir su cuerpo diminuto mojado y calentito sobre el mío.
Me había preparado mucho para ese momento. Quería que fuera un parto distinto al anterior, no porque nada de ese hubiese estado mal, pero porque quería vivirlo más conectada al momento y a mi bebé. Quería sentir que era un momento nuestro, que teníamos el control. También en parte creo que quería probarme a mi misma, demostrarme “hasta dónde podía aguantar”.
Durante meses leí libros, escuché audios, playlists, vi videos, hice ejercicios, talleres, meditaciones, escribí afirmaciones que pegué en el espejo de mi cuarto, tomé homeopatía, usé aromaterapia y escribí mi plan de parto.
Mi cabeza tenía clarísimo lo que quería vivir. Es algo que se me da fácil eso de armarme la idea de “lo que va a pasar” y normalmente lo que sucede a esto es la frustración de entender que las cosas suelen depender de otros o hasta de la vida misma, es decir, de nadie en particular.
Contando a algunas personas cómo había sido el parto aparecieron palabras como “divino”, “perfecto”, “lo que querías” y al decir que sí me llené de una sensación de falsedad.
Falsedad porque sí, pero no. Porque es cierto que logré hacer el trabajo de parto en casa y parir sin anestesia conectando plenamente conmigo y las sensaciones de mi cuerpo. Pero igual de cierto es que fue tan rápido y tan intenso que no pude casi procesarlo, que no pude tomarme el tiempo de conectar con mi bebé, no hubo un ambiente de calma o relajación como me hubiese gustado.
Me costó estas semanas escribir el relato del parto porque me costó entender que había sido el que fue y no exactamente el que mi mente diseñó durante meses. Me costó hacerme una idea concreta de si lo había amado o no me había gustado. Y, al final, la respuesta es que por suerte las personas solemos ser más complejas que un sí o un no, un lindo o feo, un bueno o malo.
Esta reflexión del parto me conectó con mi autoexigencia. La falta de amabilidad que tenemos tantas veces con uno mismo y con la realidad que nos toca, que en lugar de dejarnos ver todo lo que sí fue nos deja pensando en lo que faltó o podría haber sido distinto.
Fueron un par de horas de adrenalina pura, como esas montañas rusas que te hacen gritar de pánico y al terminar decís “vamos a subirnos otra vez”. ¿Lo amé? Sí. ¿Cambiaría cosas? También. Pero así como fue lo acepto y abrazo como el recuerdo de uno de los momentos más lindos de mi vida.
La vuelta a casa
Esa autoexigencia me la llevé conmigo del parto al puerperio, con el desafío de querer estar para mis dos hijos, nueva para uno y como si nada hubiese cambiado para el otro.
Llegué a casa después de un viaje en auto desde el hospital donde mi hijo mayor había llorado prácticamente todo el camino, salvo los últimos cinco minutos en los que como era de esperar se había quedado dormido.
Como tantas veces, fracasamos en el intento de pasarlo a su cama al llegar a casa. Se despertó y quise encerrarme en su cuarto a tratar de dormirlo como siempre, para demostrarle que ahí estoy para él, que no me fui con la llegada de su hermano. Quise darle a su mamá de antes, igual de disponible. Pero, spoiler, ya no era y nunca más iba a ser la mamá de antes.
Luchamos más de una hora entre mi certeza de que estaba cansado y su negación absoluta a dormir. Mi cálculo mental me decía que mi otro bebé tenía que estar con hambre y yo no estaba ahí, me puse nerviosa, impaciente. Tenía que estar en los dos lados, al mismo tiempo y con un resultado de éxito: un resultado amoroso, digno de la madre perfecta de la peli de mi cabeza.
Me enojé, grité. Salí de ese cuarto frustrada, llorando y preguntándome en qué me había metido, que no iba a poder, que no quería esto. Estábamos tan bien y lo habíamos arruinado todo.
Por suerte, al otro lado de la puerta tenía a mi marido para contenerme y a mi mamá para validar mis emociones: “llegar a casa con un recién nacido es de los momentos más difíciles de la vida”.
Es recurrente en mí pensar que no lo estoy dando todo o que podría dar más, pero ¿qué es “darlo todo”?, ¿qué es “estar al 100”?
El 100, el todo, no son conceptos fijos, son cambiantes. Tan cambiantes como nosotros, como la vida misma. Van mutando según la etapa en la que estamos.
Creo que una de las claves de la felicidad va por entender que no siempre voy a poder dar lo mismo de mí o de la misma manera y eso está bien. No siempre las cosas van a salir exactamente como me gustaría y eso está bien.
Intento repetirme una nueva afirmación, un nuevo mantra:
Estoy dando lo mejor de mí.
Lo mejor de mí hoy, no ayer ni mañana. Lo mejor de mí con la situación que tengo, como sea que esta se haya querido dar. Ser más amable conmigo me da espacio para ser mejor con mis bebés y con el resto del mundo.
Bonus track
Como parte de mi preparación para el parto, uno de los libros que leí me invitaba a escribirle una carta al bebé en la panza. La tenía para publicar hace tiempo y nunca llegó el momento, así que aprovecho para dejarla por acá. Para mostrar el todo, el antes y el después de este gran momento:
Hola bebé, espero que esté todo bien por allá adentro. Me imagino que estás calentito y contenido en tu hogar, tu lugar seguro, la panza de mamá. Por acá está empezando a hacer algo de frío, pero por suerte con días de sol divinos para poder disfrutar de estar afuera.
No estoy segura de que sepas lo que se viene, quizás hoy estés cómodo disfrutando de tu espacio y te vayas a enterar cuando sea el momento. En algunas semanas vas a nacer. Es raro el concepto, ya sé. Vos y yo tenemos súper en cuenta que ya estás muy vivo ahí donde estás, formando parte de todos nuestros momentos, compartiendo todo con mamá, escuchando nuestras voces y posiblemente hasta sintiendo a tu hermano hacerte mimos o pelear un poco.
En definitiva, va a ser lo mismo pero del otro lado. Vas a poder ponerle cara a todas esas voces y ver lo que nosotros vemos: el cielo, el sol, las nubes y los árboles moviéndose con el viento. Te va a dar frío, sí, no hubo mucho calculo de estaciones sino posiblemente no hubiese elegido que nacieras en pleno invierno. Pero afuera también vas a poder sentir el calorcito de mamá, no desde el útero pero desde los brazos. ¿Y sabés que es mejor? Que afuera no vas a sentir solamente el mío. Vas a poder sentir calor también de los brazos de papá, que son mucho más grandes y calentitos que los míos, o de los de tu hermano, que son chiquitos pero suaves y blanditos como el algodón.
Quedate tranquilo que acá me estoy preparando por los dos para el momento en el que nazcas. Estoy preparando mi cuerpo y mi cabeza para entender mejor ese proceso y poder acompañarnos en lo que se viene. Quiero estar bien consciente y activa para recibirte de la mejor manera posible, para vivirlo y sentirlo todo a pleno igual que tú lo vas a estar haciendo en ese momento. Te prometo que voy a estar ahí pendiente de que vos estés bien y de que ese gran cambio sea de la mejor manera posible, de que nos respeten y nos cuiden.
Los cambios asustan siempre, ¿sabés? A mi también me pasa y eso que ya soy muchísimo más grande que tú y he vivido varios. A veces se me hace muy difícil pensar cómo vamos a hacer con papá para criar dos hijos y también me da miedo ese cambio. Estar al día conmigo misma, con el trabajo, con mis amigos y con nuestra familia hay días que se me hace muy cuesta arriba. Si eso me pasa teniendo solamente un hijo pienso que con dos las cosas solamente se van a complicar más y es que, en verdad, va a ser así. De eso no hay dudas.
Pero también pienso que hay cosas para las que uno no puede nunca estar del todo preparado y que parte de lo divertido de vivir es dejar de pensar todo tanto y tirarse al agua, confiando en algo más allá de nosotros, y dejarnos sorprender.
Una de las cosas geniales que tenemos las personas es la capacidad de adaptarnos, vas a ver cómo vas a pasar de estar bárbaro adentro de tu espacio acuático, apretado y calentito a estar también bien en otro espacio inmenso, lleno de aire, en el que te podés mover con libertad. ¿Parece imposible, no? Al principio seguramente cueste, pero ahí es donde juega la confianza. Primero en ti: en que vos podés, que estás hecho para esto. Segundo en tu sostén: en nosotros, tu familia, que estamos para protegerte y apoyarte ahora y siempre.
Siendo mamá por primera vez me transformé, viví situaciones y emociones que nunca antes había sentido o pensado. Ahora, cuando creo que ya tengo millones de nuevas habilidades, sé que me vas a volver a desafiar. Me vas a volver a transformar y hacer crecer.
Le voy a errar en el camino. Más de una vez voy a perder la paciencia o sentir que no sirvo para ser tu mamá. Van a haber días en que voy a querer estar sola o volver a ser la de antes, hace mucho tiempo, cuando yo era solo yo (porque, aunque a ti siempre te vaya a costar imaginarlo, alguna vez así fue). Pero te prometo que me voy a levantar después de cada una de esas veces habiendo aprendido algo nuevo y siendo una mejor mamá para los dos y una mejor persona para mí.
¿Estás pronto para demostrarme que el amor de una mamá no se reparte sino que se multiplica? Yo ya estoy ansiosa.
Preparate que arrancó la cuenta regresiva y el espacio por allá adentro se va a ir haciendo chiquito. Cuando estés pronto sabés que acá te esperamos. Vamos a correr nuestra primera maratón en equipo.
Te quiero mi bebé chiquito,
Mamá.
Espectacular Emi !! Me encantó ,tu manera de compartir con todos lo que sentiste y lo que estás sintiendo . Sin duda sos y serás una gran mamá para esos dos divinos enanitos …
Y sabrás que contas siempre además de tu mamá con tus suegros para lo que necesites…
Estamos felices de verlos crecer con esa familia divina que están formando .
Mil gracias por compartir tus vivencias y sentimientos …. Me hacen revivir las mías …. Son Vivencias tan fuertes y tan lindas que uno nunca se olvida ..❤️❤️❤️❤️
Lloré de principio a fin, así como para levantar el nivel de un lago.
Qué experiencia tan real, dura y maravillosa.
Te admiro enormemente, y espero que sepas lo importante que es para las que estamos acá saber que no estamos solas en tanto torbellino emocional.
Algún día van a leer los dos esto y van a confirmar, solo confirmar, que tienen una gran, gran, mamá. Todos mis abrazos y cariño para esa familia divina. ¡Los queremos!